domingo, 21 de agosto de 2011

PRESENTACIÓN DE "ANTOLOGÍA DE POEMAS ESCOLARES"


Maestro Rogelio Álvarez Cantú.
Retrocedo más de cincuenta años; a fines de la década de 1930. Entonces el tren nos llevaba de Coatzacoalcos al Puerto de Veracruz en larga travesía por las Llanuras de Sotavento. La monotonía del viaje se interrumpía con las estaciones en las cuales los vendedores mostraban algarabía. De Santa Lucrecia, hoy Jesús Carranza, el tren de pasajeros partía a las cuatro de la mañana con intento de llegar al atardecer al Puerto Jarocho, siempre y cuando no se retrasara mucho en las maniobras de carga en las estaciones.
A Santa Lucrecia le llamaban Santa Desgracia quienes ahí se bajaban del tren del Istmo procedentes de Coatzacoalcos y aguardaban unas veinte horas para treparse en el que procedía de Tapachula, y a las cuatro de la mañana salía el tren devorador de kilómetros. Las primeras estaciones eran Juanita, El Burro y otras más que iba uno mencionando en su mente y contándolas como entretenimiento. Decididamente en el traqueteo de las ruedas de fierro las que musicalizaban el trayecto; de manera sublimada el ruido lo volvía musical. Aún no llegaba el rock and roll.
De mi almacén debo sacar las escenas que han ligado con Rodríguez Clara, las que más me han acercado. Una de ellas, corresponde al año de 1944, meses antes de la grave inundación producida por unas pavorosas tormentas. Meses antes de ese huracán recuerdo que pernocté en Rodríguez Clara, para seguir al día siguiente, a San Andrés Tuxtla, para trabajar de maestro en una escuela primaria, lo cual me ligaba con el magisterio, y por eso esa noche buscamos a un maestro de este lugar. Vagamente como si aún fuese más cerrada la noche del recuerdo, me veo en un hotel de madera, junto a la estación del ferrocarril, piso de madera crujiente. Y de ahí caminar a una modesta casa para saludar a un profesor cuyo orgullo era su biblioteca: sus libros, sus herramientas de trabajo. Era mi primer contacto con Rodríguez Clara, pues en otras ocasiones pasaba como pasajero válgase la redundancia. Aunque, en tratándose de libros, en Coatzacoalcos, entonces Puerto México, un afamado peluquero, cuyos parientes, o el mismo nació en este poblado, se dedicaba a los versos y tenía, o tuvo después, una publicación.
Lo traté mucho, sobre todo porque se convirtió en suegro de dos hermanos míos. Luego me acordaré del nombre de su libro de poemas, y lo he traído a colación porque hoy estamos ante un noble acontecimiento, la presentación de una antología de poemas escolares, salido del estro de Rogelio Álvarez Cantú.
La presentación de la antología se realiza este 22 de diciembre de 1997, en feliz coincidencia de la fecha, del año de 1960, cuando se decretó la erección del municipio libre de Juan Rodríguez Clara.
Ya, el año pasado, en el mes de diciembre, se publicó otro librito titulado “Monografía del municipio de Juan Rodríguez Clara, Ver.” Redactado por el médico Salvador Navarrete Gómez. El Dr. Navarrete en 44 páginas nos pinta hechos cotidianos e históricos de este lugar que alguien le puso El Burro, pero en principios del siglo se llamó Rives, en recuerdo de uno de los ingenieros constructores del ferrocarril. Luego hacia 1915 era Nopalapan de Zaragoza, y en 1925 se le puso el nombre que conserva: Juan Rodríguez Clara. Una historia breve y clara, escrita por Salvador Navarrete que no sólo es médico, sino doctor en su profesión, y de ahí que comúnmente sea llamado doctor Navarrete.
La obra del Doctor Navarrete fue publicado en los talleres de Policromina Impresores, misma casita editorial en donde se ha impreso la Antología de Poemas Escolares, que hoy se presenta y que constituye un reforzamiento a una tradición que se está logrando en esta población: la de tener libros, formados aquí mismo. La antología que hoy se presenta tiene la virtud de llegar a los niños. La literatura infantil no abunda en nuestro país. Es un género poco cultivado porque es muy arduo. Bienvenida pues esta Antología cuyos versos ahora sí suenan con más musicalidad, que aquella que me inventaba cuando escuchaba el rodar de las gruesas ruedas de fierro en los viajes lejanos de la ida juventud. Muchas gracias.
Roberto Williams García.